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Fernando de Caldín

Publicado en Artículos
16 Agosto 2011 by

Aunque vivo en Toledo hace casi cuarenta años, todos los veranos recalo con mi familia en ese fiordo mágico que es la ría del Eo. Ahí me embriago de paisajes inigualables y del paisanaje de toda la vida. Este año -¡ay!- por razones de causa mayor no he podido acudir a mi cita estival. Pero como mantengo mi cordón umbilical con el occidente astur gracias a esa herramienta cibernética llamada Internet, asomo la nariz de cuando en cuando por los queridos andurriales de mi infancia, adolescencia y mocedad.


En un foro local que visito de modo recurrente, me encontré hace unos días con un torrente crítico de alto voltaje a Fernando Pérez Núñez, "Caldín". Leí una y otra vez las soflamas condenatorias y se me pusieron los pelos como escarpias. Como por naturaleza soy refractario a los linchamientos, desde el respeto absoluto a la libertad de expresión, decidí dedicar esta crónica a Fernando.
Nos conocemos desde niños. Hemos discrepado y seguimos discrepando en multitud de ocasiones. Incluso a veces hemos estado en las antípodas. Pero jamás nos hemos enfadado, ni insultado, ni descalificado. Bien al contrario, ambos nos profesamos un afecto añejo, que recargamos en amenas tertulias veraniegas, cuando a mano viene. Parece ser que el "casus belli" que nos ocupa, nace de la intervención de Fernando en un reciente acto público en la Casa de la Cultura, donde presuntamente tuvo una actuación desafortunada, a juicio de quienes, desde el anonimato, le ponen a parir y piden su cese fulminante en la asociación que preside. En el decorado argumental solo falta el motorista de negro con que el Caudillo fulminaba a los altos cargos del Imperio hacia Dios.
Fernando de Caldín, ha sido toda la vida un transgresor contumaz, pero nunca un terrorista doméstico. Tiene un fino sentido del humor y su ironía ágil, forma parte de su mapa genético. Es socarrón y mordaz. Jamás se ha callado ni sometido a los poderes reales o fácticos. Ni en pleno franquismo, cuando muy poquitos se atrevían a ser políticamente incorrectos. Su actitud crítica y su posicionamiento ideológico, lo conocía todo el pueblo en aquel Vegadeo de antaño, más tolerante y menos crispado que el de hogaño. Cuando nació el cineclub, con el esfuerzo de un grupo de veigueños amantes de la cultura, Fernando fue un dinamizador comprometido en aquella aventura social. Eran tiempos de censura férrea, de inquisidores vocacionales y de meapilas de golpes de pecho en misa de doce.
Desde entonces Fernando de Caldín, con mejor o peor fortuna, siempre estuvo presente en todos los movimientos de izquierdas de Vegadeo. Se puede estar o no de acuerdo con sus postulados ideológicos, pero sería profundamente injusto, miserable y mezquino negarle ahora el pan y la sal. Porque Fernando, se quiera o no, forma parte de nuestra historia local por méritos propios. Se hizo a sí mismo, porque no tuvo oportunidades para acceder a una formación académica. Ha sido y es un autodidacta vocacional y eso le honra. Lector habitual en la biblioteca desde muy joven, algunos tuvimos el placer de escuchar sus poemas satíricos y sus ingeniosos alegatos metafísicos. Con la llegada de la actual democracia, Fernando se tiró al ruedo político sin reservas, con un objetivo primordial: prestar su voz a los más desfavorecidos. Maestro de la provocación bonancible, lo mismo recibió al Presidente del Principado en galochas, que puso a escuadra "na nosa fala" a varias corporaciones municipales, incluido un alcalde que tenía incontinencia mingitoria y evacuaba aguas menores en los soportales del Ayuntamiento. Su labor de investigación en la historia local es absolutamente encomiable, porque a falta de formación técnica en archivística, su voluntarismo, su tesón y su generosidad, han suplido otras carencias.
Su labor como impulsor de la revista bimensual "Amigos de La Vega y su Concejo", junto a José Antonio, Juan Seijo y otros esforzados paisanos, merece todos los respetos, aunque yo personalmente no comparta su línea editorial, tendente a una hoja parroquial si alguien no lo remedia. Dicho con todo el respeto, creo que sobran excursiones y faltan artículos breves de opinión, en un foro abierto y plural.
Tampoco me cabe en la cabeza que dos paisanos reconocidos internacionalmente, como el científico Manuel Vijande, o el pintor "Fega", no hayan sido nunca propuestos como "Vegadenses del Año", ya que al menos presentan un perfil veigueño tan digno como el de Mundo, el de la tómbola, que sí fue galardonado con tan honrosa distinción.
El que Fernando de Caldín, manejando una imagen dialéctica, diga en un acto público que Vegadeo adolece de corregidores que lleven en su sangre agua del Suarón, no es como para tacharle de xenófobo, de neonazi y de otras lindezas descalificatorias. Es la pura y simple realidad. En los últimos cincuenta años, porcentualmente, ha habido más alcaldes que han nacido fuera de Vegadeo, que en el pueblo. Yo mismo hice la misma observación en un artículo de prensa, solo que en vez del Suarón, me refería a los que han mamado el agua de Cereixido, otra imagen pacífica sobre la falta de autoestima política de nuestros paisanos de nacencia.
Lo de jubilar a Fernando de Caldín por aclamación, eso sí que suena a totalitarismo, a defenestración violenta y a ingratitud suprema.
No soy un hagiógrafo de Fernando, nadie lo dude. Ni tengo vocación de palmero. Pero me repelen los juicios sumarísimos y la guillotina asamblearia. Cuando en un programa local de radio, al que acudí como invitado hace años, los contertulios le dieron un repaso de chapa y pintura a Luis Rico, el del "Barrés", mostré públicamente mi firme discrepancia con semejantes ceremonias de defenestración. Hoy me reafirmo. Porque cuando mis amigos son tuertos, yo los miro de perfil...

Nicolás Fernández y Suárez del Otero

Vegadeo 1948.
Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid, ejerció de profesor en varias universidades españolas.
Columnista, tertuliano, director de revista, pero sobre todo, visceralmente escritor y veigueño.

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