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Requiem por Castropol

Publicado en Artículos
21 Mayo 2010 by

Tengo ante mí una foto en blanco y negro, velada en sepia por el paso inexorable del tiempo, donde sentado en un banco del parque y flanqueado por mis padres, doy buena cuenta de un delicioso helado de cucurucho.


Calculo que tendría yo alrededor de cuatro años. Eran las fiestas de Santiago Apóstol, a las que mis progenitores no faltaban nunca, para concelebrar al Patrón de Castropol con Egidio, Monteavaro, Sanjurjo, Penzol y un abultada nómina de amigos y coetáneos suyos de todo fuste y jaez.
En la imagen referida se ve al fondo la ría, el Cargadero, un segmento parcial de Ribadeo y otro de Figueras. Y en un segundo plano, a los Quirotelvos bordando alguna jota, mientras descansaba la orquesta.
Desde entonces, sin renunciar a mi condición de veigueño, Castropol ha sido mi segunda patria chica, donde recalo puntualmente todos los veranos. Los últimos veinticinco, sin faltar ni uno. Y hasta que el destino me saque tarjeta roja, espero seguir siendo fiel a la cita estival con mi querido Peñón de la Costa Verde. Ese lugar mágico donde el alma se serena y el corazón se remansa con la belleza, el sosiego y la paz. Esa cartuja al aire libre, que por maridaje sentimental es una parte indeleble de mi historia. Ese refugio sensorial en el que, junto a los míos, disfruto a pleno pulmón del paisaje y el paisanaje entrañables. Ese rincón de Asturias donde es tan fácil ser feliz.


Hace una semana, un amigo de lo hondo me hizo llegar tres fotografías tomadas desde el Parque de Loriente y enfocadas hacia Ribadeo. Me quedé petrificado. En la huerta del Palacio de Santacruz, un promontorio de ladrillos y hormigón sepultaba el horizonte gallego y la bocana de la ría. De la incredulidad pasé al asombro, luego a la indignación y finalmente a la ira.
Hace décadas que el urbanismo anárquico, salvaje y mercenario se llevó por delante los perfiles geográficos de Ribadeo, donde, en su día, una jueza arriscada declaró ilegales más de un centenar de edificios. Ni que decir tiene, que la susodicha jueza acabó pidiendo el traslado y los antiestéticos y proscritos inmuebles siguen en su sitio agrediendo estéticamente la Puerta Norte de La Mariña Lucense.


En Vegadeo y Figueras, los tiburones de turno también engordaron de tapadillo, cuando hubo ocasión, sus cuentas de resultados con un tsunami de cemento y mal gusto. Y ahora...le toca a Castropol.
No me sorprende en absoluto la voracidad de los depredadores del ecosistema asturgalaico y de otros muchos lugares de nuestra malherida España. No soy un ingenuo, ni un nostálgico irredento, ni un ecologista coñazo. Estoy persuadido de que los pueblos pueden y deben de crecer, generar empleo, progreso, bienestar y riqueza. Pero con sentido común y sin arrasar a sangre y fuego sus señas de identidad.
Tampoco me cabe duda alguna de que los promotores del disparate castropolense, como otros del mismo hierro, gozarán de todos los permisos legales y bendiciones burocráticas habidos y por haber. ¡Faltaría más!. Hace décadas que estos especímenes con denominación de origen, tienen patente de corso para masacrar estéticamente la fisonomía de ciudades, villas y pueblos. Además están acostumbrados a no dar puntada sin hilo y manejan con soltura los resortes fronterizos de las maquinarias municipales y regionales, engrasándolas de modo recurrente para que no se gripen.


El libre mercado neoliberal, los neocon internacionales, el capitalismo pata negra y los distinguidos alumnos de la Escuela de Chicago (o sea el eufemísticamente llamado "mercado"), me producen un profundo desprecio y una beligerancia visceral, pero no me pillan con el paso cambiado. Hace lustros que les vi venir.
Sin embargo, los llamados partidos de izquierda, trufados de impostores, arribistas y saltimbanquis desideologizados, de farsantes cuyo compromiso social tiene su cenit en el pesebre, me dan náuseas. Asco profundo. Si don Pablo Iglesias o don Julián Besteiro levantasen la cabeza, es probable que se echasen al monte con lágrimas en los ojos. Pero este vomitivo mester de progresía, es simple y llanamente un grotesco esperpento político, que encenaga de mierda espesa todo lo que toca. Que no conoce ni remotamente el concepto de conciencia de clase. De compromiso social. De decencia de andar por casa.


¡Qué pena, qué vergüenza!. Porque los munícipes de Castropol y en última instancia el responsable regional de ordenación del territorio en el gobierno del señor Areces, parece ser que callan y otorgan, ignorando las demandas de lo vecinos que les encumbraron a la cucaña del poder con sus confiados votos.
Pero si ahora siguiesen mirando para otro lado, silbando por lo bajini "nun me fodas no camiño que nun son ningúa cadela...", si Castropol acabase siendo pasto urbanístico de los buitres, cosa que me temo, si las distintas administraciones diesen luz verde a esta y otras venideras ceremonias del disparate, sin ponerle coto, la desobediencia civil, la insumisión y el motín del vecindario estarán rotundamente legitimados.

Las fotografías antiguas han sido tomadas de la página hermana http://castropol.blogia.com/

Nicolás Fernández y Suárez del Otero

Vegadeo 1948.
Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid, ejerció de profesor en varias universidades españolas.
Columnista, tertuliano, director de revista, pero sobre todo, visceralmente escritor y veigueño.